La historia que nos ocupa gira en torno a Akira Fudo, un huérfano
que perdió a sus padres durante una extraña expedición al Himalaya.
Cobarde, pusilánime, pero de buen corazón, cierto día se libró de un
desagradable altercado con unos matones gracias a su amigo Ryô
Asuka, de quien llevaba más de un mes sin saber nada en lo absoluto.
Justo después del incidente, Ryô le pidió a Akira que lo acompañase a
su mansión para revelarle algo, pues tenía constancia de que su padre
hizo un hallazgo arqueológico tan terrible que lo llevó a quitarse la vida.
Se trataba de una máscara monstruosa de material desconocido y que
además concedía visiones del origen del mundo a aquel que la portara.
A continuación el protagonista se colocaría el yelmo, desvelándosele la
naturaleza de los verdaderos dueños de la Tierra durante su génesis:
los demonios.
Estos super-seres antropomorfos eran capaces de fusionarse entre
ellos u otros animales con el fin de obtener poder, tras lo cual iban adquiriendo un aspecto cada vez más monstruoso. Dios, abochornado
por la degeneración de su obra, creó al hombre despojándolo de la
posibilidad de transmutar, al tiempo que buscó la extinción de los
demonios por medio de un radical descendimiento de las temperaturas
en el Globo. A pesar de que una gran parte de la raza demoniaca se
extinguiera en lo que se convino llamar “la edad de hielo”, algunos
consiguieron sobrevivir en un estado latente de congelación. Este
paréntesis sirvió a los humanos para hacerse con el control del planeta,
si bien los diablos comenzaron a salir paulatinamente de su letargo
poniendo en entredicho la hegemonía de la humanidad.
Ryô Asuka concluye que la única manera de hacer frente a entidades
tan superiores sería adquirir sus poderes con la condición de mantener
la consciencia humana. En aras de conseguirlo introduce a su inocente
amigo en el llamado Sabbath, una especie de orgía demoniaca donde
impera el desenfreno y los demonios disponen de multitud de humanos para poseer. La suerte de Akira radica en la pureza de su alma, que
resulta incorruptible en el proceso de posesión incluso para Amón,
tal vez uno de los cinco demonios más poderosos del cosmos. Esto
da como resultado un ente híbrido, impulsado por la voluntad de los
hombres pero a su vez dotado con la fuerza de los diablos: es decir, un
Devilman. Así pues, ambos personajes conforman una alianza pasajera
en la que Ryô es la parte racional y Akira/Devilman el brazo ejecutor,
recordémoslo, tras doblegar a Amón y usar su cuerpo evolucionado de
diablo contra los suyos.
Pese a vencer a varios enemigos como Silene o Jinmen la situación
no mejora, ya que los demonios consiguen suplantar a un gran número
de personalidades relevantes de la sociedad humana.
Llegados a cierto
punto, se descubre cómo aquellos que se encuentran superados por el
estrés y se dejan llevar por los instintos son más proclives a ser poseídos,
creándose un clima insoportable de suspicacia general alentado por el
propio Ryô –en realidad Satán– a través de un programa de TV, con el
objetivo de dinamitar la humanidad desde dentro y sembrar el caos. A
partir de ahora la narración da un giro hacia la distopía, presentando
un ambiente bélico cuasi apocalíptico en el que los mismos humanos se
matan entre sí en una suerte de III Guerra Mundial.
Somos conscientes de que el argumento leído a día de hoy puede
resultar poco novedoso e incluso genérico, lo cual es fruto de la enorme
influencia alcanzada por la obra de Nagai en narrativas posteriores
(Heredia, 2017) Aquí, sin embargo, los personajes nunca estuvieron
condicionados por un alineamiento moral del todo definido, llegándose
a plantear a lo largo de la historia qué bando es el verdaderamente
maligno: los hombres o los demonios. Asimismo, aunque hoy en día
estemos acostumbrados a un alto índice de violencia y gore, el carácter
subversivo de Devilman en 1972 está fuera de toda duda, encontrando
elementos de rareza singular, sexo retorcido y situaciones macabras de
todo tipo. Por si fuera poco, el manga no explota el típico happy end,
decantándose por una solución catastrófica muy común al cyberpunk japonés de posguerra o subgéneros como el meccha. Dicho lo cual, y
habiendo acordado que Gô Nagai estuvo decisivamente influenciado
tanto por la bomba atómica como por cualquier suceso inherente, es
hora de analizar su obra a la luz de las tendencias nacionales estudiadas
en el epígrafe anterior.