jueves, 9 de enero de 2020

El manga, anime y guerra Parte1

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Mientras la Historia avanza, el pasado se seguirá acumulando. La Historia no es solo archivos del pasado. También es la prueba que la civilización ha seguido avanzando al presente. Nuestra civilización presente es el resultado de nuestro pasado. 
Yang Wen Li-Ginga Eiyuu no Densetsu


La guerra es el punto de partida de la cultura del manga y del anime. Surgidas en los años ‘20, es recién en los años ‘30 y ‘40 donde toma relevancia gracias a la propaganda imperial para niños en la segunda guerra. Es en estos años donde animaciones como Momotaro: Umi no Shinpei (1945) estructuran la estética y la dinámica de la animación japonesa, que los autores definen como una alianza non sancta entre Disney y Eisenstein mundial (Ootsuka y Lamarre, 2013). El contexto de la Segunda Guerra Mundial puede ser considerado como el útero materno de la animación japonesa contemporánea y del manga, por ende no es de extrañarnos que en el anime, la guerra sea tan recurrente y tan presente. La guerra es un trasfondo perfecto, un drama humano donde las desgracias, la habilidad, la hombría y el coraje se dan lugar y donde surgen las historias inspiradoras de superación. Precisamente por esto, la historia, la guerra y la memoria tienen presencia en incontables historias de manga y anime donde se representan personajes, periodos y contextos históricos y se construye una “memoria histórica” a través de ellos. Ya Roger Chartier (Chartier, 1992) advertía que la representación histórica en la literatura responde más inquietudes contemporáneas a la obra más que a lo históricamente veraz. Estas representaciones históricas dentro del manga y el anime tienen un alcance enorme, dada la facilidad de comprensión del medio, sumado a que tiene unas cuantas ventajas: primero, el manga no tiene las cargas de autoridad que tiene un libro de historia académica ni las cuestiones más intrínsecas de dicha escritura (como las citas, discusiones, estados de cuestión y bibliografía) sumado a que al ser un medio visual combinado ayuda al lector a interiorizarse en dicha cuestión histórica o periodo y, a la vez, ayuda a construir una imagen de ese periodo. 

Pero el manga es un medio que se construye de manera similar a cualquier trabajo de historia académica, el mangaka hace una selección de textos y de lecturas al respecto de la problemática tratada en su obra y la refleja a su manera. Esto permite que el manga sea un impresionante vehículo de formación de memoria histórica y de experiencias colectivas (Otmazgin, 2015) es decir, permite la construcción de sentidos y lecturas que desembocan en una memoria histórica del periodo descrito en la obra a través de la imaginación de los lectores. Esta representación permite también una relación con el pasado que se vuelve tangible a través de la historieta japonesa. Esta cuestión entre representaciones y relatos recuerda mucho al debate acerca de la “cientificidad de la historia”, en efecto, los cuestionamientos provenientes de Hayden White (White, 1973) y de los lingüistas que equiparaban la Historia a cualquier relato narrativo, por ende, la Historia se vería despojada de su carácter de ciencia al ser enmarcada en el género de la “no ficción”. Este recuerdo del pasado de la ciencia histórica en los ‘80 no es banal en este contexto. 
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En un mundo donde el relato histórico proveniente del manga tiene tanto alcance, la historia científica se ve muy relegada a ser un saber de élite dado el alcance que puede tener el conocimiento y los materiales de lectura de historia científica. El cómic nipón no tiene esos problemas, escritos en lenguaje llano y fáciles de conseguir y comprender. Lo más importante del manga histórico es justamente su pluralidad. Dentro de su microcosmos se dan desde explicaciones históricas rigurosas hasta parodias políticas (Otmazgin, 2015). Estas historietas están compuestas de una manera similar a la historia científica, el mangaka hace recortes históricos y elige los materiales con los cuales trabajar su postura histórica; algunos, como Hadashi no gen son piezas invaluables de los recuerdos de un superviviente al bombardeo nuclear de Hiroshima. Pero la gran mayoría de las historietas históricas son reconstrucciones e interpretaciones históricas de los mangaka. Un ejemplo claro es el de Shanaou Yoshitsune (Hartley, 2016) donde la representación lleva a plantear un escenario donde el histórico Yoshitsune Minamoto muere joven y lo reemplaza  un joven acróbata muy parecido a él físicamente. 

La interpretación de Yoshitsune en este manga no solo responde a un capricho de historia contra fáctica, sino que también tiene una intención de objetividad. Al comenzar esta socialización, se muestra a dos profesionales encontrando una carta donde se revela el origen real del Yoshitsune histórico. A esto se le suma una tara nacionalista en el personaje de Yoshitsune. Vale la pena recordar que las representaciones de Yoshitsune To Senbonsakura, una obra de teatro kabuki sobre este héroe fueron prohibidas por el propio Mac Arthur, al tratarse de un planteo donde este protagonista vence a su destino y cambia la historia. Traer este ejemplo nos permite ver cómo el mangaka puede torcer la historia y crear una representación y presentarla como algo factible e inspirador. Por eso hablar de historiografía dentro del manga no es algo descabellado; más aún, cuando hablamos de un conflicto aun sensible para Japón como fue la derrota en la Segunda Guerra Mundial y las interpretaciones de la guerra y la paz. Justamente el parteaguas entre los mangaka que hablan de la Segunda Guerra Mundial es sobre la valoración del conflicto bélico en sí. Estos pueden ser divididos en dos partes. 

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Aquellos mangaka que ven en la guerra la suma de todas las miserias humanas y aquellos que ven en la guerra un pasado del cual enorgullecerse, donde la nación japonesa unía a todos sus ciudadanos por la gloria de la conquista. Y aquí nuevamente la historia científica vuelve a aparecer. Pues esta conducta entre los mangaka no es más que la representación de la lucha entre académicos por interpretar la guerra como una catástrofe o bien una gesta heroica. Este cruce de interpretaciones es de capital importancia, puesto que también la mano del Estado japonés está dentro de esta discusión. Bien conocidas son las censuras y discusiones al trabajo de Saburo Ienaga (Nozaki, 2007) que le costó varios juicios contra el Estado por las censuras impuestas a su libro de texto donde explica los crímenes de guerra japoneses, cuyos litigios duraron cuatro décadas. Más aún, la crisis de los ‘90 generó un grupo muy bullicioso conocido como Grupo Historiográfico Liberal que exponía que la enseñanza de la historia en enseñanza secundaria era  una historia “masoquista” (Sánchez Revilla, 2014) y que esta debía ser para inspirar a los jóvenes en los valores patrióticos. 

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Este punto es importante, pues aquí, historiadores profesionales encuentran en el manga el vehículo perfecto para conducir sus ideas y representaciones: Yoshinori Kobayashi, nombre ya legendario entre la derecha japonesa, es el encargado de poner en formato manga las ideas de este grupo. Sensouron (Kobayashi, 1995) es la cristalización donde todos esos valores patrióticos y el negacionismo de los crímenes de guerra japoneses toman forma y son lanzados al gran público. Las ideas históricas de la ultraderecha japonesa siempre permanecieron marginales hasta ahora. Vale recordar las cartas de Yukio Mishima donde reniega de la juventud japonesa inspirada en valores marxistas y antipatrióticos y también las entrevistas de Albert Axelbank (Axelbank, 2011) con intelectuales, industriales y políticos afines a la ultraderecha japonesa en los ‘70 y en las que advertía el avenimiento de una nueva ola militarista y la permanencia de las ideas del pasado imperial. Esto era una idea de élite, pero con Kobayashi esta visión histórica se esparce por la sociedad en sectores en los que tal vez jamás leyeron un libro de historia, pero si mangas históricos. 

Esto nos lleva a pensar en el impacto de la historieta con respecto a la historia académica. En 2002 hubo un intento por parte del Grupo Historiográfico Liberal en sacar un manual de historia para secundaria con su visión de la historia; contaba con ilustraciones del propio Kobayashi, sin embargo, las dos veces que fue lanzado tuvieron un éxito magro (Nozaki, 2007, Sanchez Revilla, 2014) muy a diferencia del cómic de Kobayashi que aún sigue en venta y fue un best seller al salir al mercado. La intención de este artículo no es discutir las posiciones entre los mangaka e historiadores sino más bien entre mangaka y mangaka y, en particular, cómo se expresan estas dos visiones de la historia en animaciones japonesas contemporáneas. Pero si vale aclarar que una de las posiciones hoy por hoy es hegemónica, no solo por la intervención e intención ideológica del Estado, sino también por el nivel de alcance que tiene. 

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La guerra es indeseable.
La primera postura es sobre la guerra como catástrofe humana. Literalmente esta postura nace con el Japón moderno, puesto que tanto Hadashi no Gen (1973-1974) como Hotaru no Haka (La Tumba de las Luciérnagas, 1967) son historias autobiográficas escritas en la posguerra y en los albores de la cultura manga y anime. Hadashi no Gen cuenta incluso con varias reediciones y utilización como material escolar. La Tumba de las Luciérnagas fue adaptada a un film animado en 1988 consiguiendo fama mundial y elevando al Studio Ghibli a lo más alto en cuanto a animación. Ambas historias cuentan cómo niños tratan de sobrevivir a las cicatrices de la guerra y el paisaje de desolación y abandono que esta causó. 

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Pero sin duda, la cristalización del rechazo a la guerra proviene del padre fundador del manga moderno, Osamu Tetzuka y su manga Adolf ni Tsugu (1982-1985) que narra la historia de tres personas llamadas Adolf: Adolf Kamil, un judío alemán que vive en Kobe, su amigo Adolf Kaufmann, hijo de un diplomático alemán simpatizante del nazismo y el mismísimo Adolf Hitler como tercer Adolf en esta historia. El trasfondo toca temas como la xenofobia, tanto en Japón como en Alemania y los estragos que puede causar la guerra para que dos amigos inseparables en un futuro terminen enfrentados, puesto que Adolf Kaufmann ingresa a la escuela Adolf Hitler y a las SS, asesina en Japón al padre de Adolf Kamil y es cómplice del holocausto en los campos de concentración de Auschwitz. Kamil al terminar la guerra emigra a Israel y se enlista en el ejército; en un enfrentamiento en Palestina, Kamil asesina a la hija y a la esposa de Kaufmann, ambas palestinas y termina asesinando a su amigo de la infancia para luego abrazarlo antes de que expire su último aliento. Este drama provocado por la guerra expone todos los horrores humanos, el asesinato de seres queridos, las pérdidas, los crímenes, la locura y la violencia. Se puede decir que las tres obras pertenecen a una misma tradición, por ende, a una misma forma de describir los sucesos históricos y con un mismo balance: la guerra como algo indeseable y horrorosa que deja expuesta toda la miseria humana. 

Tetzuka tiene más obras al respecto, por ejemplo en Hi no Tori (1967) expone una historia sobre la fundación mitológica de Japón de una manera agresiva, como origen de una invasión que trajo guerra y muerte (Hutchinson, 2012). Esta visión negativa de la guerra y sumamente humanista se repite a lo largo de muchas obras de los ‘80 y ‘90, incluyendo la muy polémica Evangelion (1995), serie donde la guerra y la carrera armamentística conducen a un solo lugar, la destrucción de la humanidad (Navarro-Zieminsky, 2009; Navarro, 2011). De hecho en el film Hiroshima (1983) se encuentra una de las frases más claras donde se ve esta visión: “[…] toda esta masacre ha sido en vano, Japón se ha rendido ¿Y por qué no se ha rendido antes?”. La inutilidad del conflicto bélico y la destrucción que conlleva son vistas en prácticamente toda la filmografía de Hayao Miyazaki. Como la marca en la mano de Ashitaka en la Princesa Mononoke (1997), la guerra va a dejar marcas indelebles en la historia japonesa, marcas que no se van a poder ocultar. Este profundo pacifismo y amor por la naturaleza es un obvio rechazo al belicismo y la industrialización. 

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La guerra es heroica

La postura contraria es justamente presentar la guerra como una gesta, no solo heroica sino formadora y masculina. Esta postura es la postura de la ultraderecha japonesa y tiene profunda raigambre en la idiosincrasia nipona. Es la misma idea que guía al ejército imperial hacia las sucesivas guerras entre 1905 y 1945, la idea de un pueblo guerrero orgulloso y fuerte. Estas ideas tienen varias raíces que confluyen en la Revolucion Meiji, desde el culto a la guerra y al dios Hachiman hasta las distintas tradiciones de ética guerrera, posteriormente llamadas bushidô (Benesch, 2014) en conjunto con el culto estatal al emperador que dan origen a esta doctrina. El bushidô es una invención, como cualquier otra tradición inventada basada en el pasado guerrero en conjunto con la observación de los gentleman británicos y sus tradiciones de caballería finalmente cristalizados por Nitobe Inazo en su Bushidô The Soul Of Japan (Benesch, 2011, 2014). 

Esta doctrina  se esparció en las escuelas y toda instancia de gobierno, volviendo al Japón imperial en un estado cuartel. Estas ideas del bushidô siguen flotando en la idiosincrasia japonesa y es justamente en el anime donde encuentran una fértil tierra para seguir existiendo. La relación entre los mangaka y las necesidades propagandísticas imperiales fueron difíciles, pero tras Pearl Harbour varios de ellos se sumaron a la ola triunfalista y constituyeron una verdadera usina propagandística (Okamoto Inouye, 2009). En la posguerra, “el milagro japonés” condujo a una reaparición de este discurso y series como Space Battleship Yamato (1974-1975) abogan por la resurrección de la grandeza imperial y su brazo armado, cristalizadas en el Yamato, el acorazado más grande y pesado jamás construido, símbolo de la esperanza japonesa en la guerra y, en la serie, la última esperanza de la humanidad en un contexto de exterminio inminente. 

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El militarismo es explícito en series como The Legend of Galactic Heroes, (1988-1997) donde dos potencias galácticas ven su supervivencia en la guerra y en el sometimiento de una contra la otra. Esta serie de por sí es muy compleja pues su trama no solo se trata de los vericuetos del conflicto armado, sino también porque estos conflictos se ven reflejados política e ideológicamente en ambas potencias. El punto más álgido de esta forma de interpretar la guerra es Sensouron (Kobayashi, 1995). Sensouron pone la piedra angular para permitir una visión de la historia de la segunda guerra arrogante, patriota y negacionista. En esta obra se hace una operación ideológica para presentar la Segunda Guerra Mundial como una gesta patriótica, negando los crímenes de guerra japoneses a través de un burdo positivismo al negar la existencia de fuentes oficiales sobre la Masacre de Nanking, la reducción a la esclavitud de miles de coreanos, chinos y filipinos como también el asunto de “Las mujeres de confort”, la esclavitud sexual a la que los japoneses sometían a los países conquistados (Seaton, 2010). 

Esta estrategia discursiva se basa en la negación el testimonio de la víctima pero sí admite las memorias de los “verdaderos protagonistas”, los soldados. No hace falta aclarar lo mucho que Sensouron facturó económicamente y la fama que le otorgo al hasta entonces desconocido Yoshinori Kobayashi, pero sí hace falta mencionar que en plena crisis de los años ‘90, en un contexto político, económico y social poco alentador para Japón, este manga resultó inspirador para toda una generación. Justamente, a 18 años de su salida, Alexander Burk realiza una investigación reveladora: una gran porción, no mayoritaria de los alumnos de Waseda y Tsukuba, dos universidades privadas muy importantes en Japón, no solo había leído a Kobayashi sino que comulgaban con su visión de la historia (Burk, 2012). 

Es importante notar el crecimiento de este discurso en la cultura visual porque, socialmente, estas ideas eran ideas de grupos de élite como los entrevistados por Axelbank en los ‘70: empresarios, políticos e intelectuales, y este discurso, en la actualidad está siendo replicado en grupos políticos como el Nippon Kaigi (Mizohata, 2016; McNeil, 2015; Tawara, 2017) pero sin esta historieta el gran público no conocería esta visión de la Historia. La idea de guerra gloriosa toma impulso y florece en la segunda mitad de la década de 2000 con el advenimiento de Shinzō Abe como gran cabeza de la política japonesa en 2006, y existió una alianza non sancta entre Kobayashi y el Primer Ministro (Driscoll, 2009) que llevó incluso a una entrevista personal entre Abe y Kobayashi81 cuando Abe regresa al poder en 2012. 

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Es en este creciente contexto nacionalista donde la revalorización de la guerra toma un nuevo gran impulso y series prime time como Shingeki no Kyojin (2013), Sidonia no Kishi (2014), Terra Formars (2014) retoman la valorización de la guerra como una necesidad de supervivencia nacional y rescatan el héroe colectivo militar, postura que las une genealógicamente a Space Battleship Yamato. Actualmente ambas posturas sobre la guerra siguen vivas; sin embargo, existe una diferencia tremenda entre el rechazo a la guerra y el deseo por la guerra. 

Fuente: Narrativas Visuales Perspectivas y analisis desde Iberoamerica.

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