lunes, 4 de noviembre de 2019

El anime es del orden del jeroglífico.

¿Por qué escribimos? ¿Por qué hablamos? ¿Por qué miramos anime? ¿Cómo aquel simpático niño “disléxico” de un orfanato pudo entender completamente la entera saga de Naruto y Naruto Shippuden estando a punto de repetir de año escolar, sin que ningún agente de su institución educativa supiera al respecto, sin que nadie supiera que él podía trasmitir ésa enorme, extensa y superpoblada historia?

 Las historias, los personajes del manga y del anime de alguna u otra forma se inmiscuyen para que el sujeto pueda hacer otra-cosa frente al encuentro con lo real, frente a la decepción del mundo real, frente a la tristeza por el límite de lo que todos llaman “realidad”, aquel principio severo: “La decepción es la vuelta del mundo mágico en uno llamado “real”; se dice que es el mismo, pero para uno nunca será el mismo, excepto de que se elija la locura como lenguaje definitivo, y esto sería demasiado triste.

Decepcionar al otro, amante, esposa, hijo, amigo, es incumplir una espera para después intentar redimirse, esperar que el lazo haya permanecido intacto. Aquel que decepciona querría redimirse, ser perdonado por una falta que no existe, puesto que descansaba en una promesa. A menos que la promesa sea más real que lo real mismo.

Decepcionar es pasar por encima del sueño del otro para alojar allí una minúscula bomba de tiempo, y esperar que nos siga queriendo después de la deflagración; como si el olvido de la palabra fuera posible, así como cualquier recomienzo, como así también el despertar. Frente a un terrible diagnóstico de cáncer de su única hermana, un hermano se incendia del coraje de Edward Elrich en Full Metal Alchemist Brotherhood (justamente hermandad) cuando en la trama el cuerpo de su hermano Alphonse queda atrapado en el mundo del conocimiento (tras intentar trasmutar y revivir el cuerpo de su fallecida madre y en aquel juego de leyes de alquimia, el primogénito logra atar como último recurso, el alma del menor al elemento más cercano en ése momento: una armadura) y tras una incesante búsqueda, Ed (apodo de Edward) logra mediante la alquimia llegar hasta “La Puerta del Saber” donde lo esperaba el cuerpo famélico y sucio de su hermano menor. Tras años de búsqueda, esfuerzos e intentos por revertir esta situación, Edward llega hasta el plano espiritual, pero los espíritus y las fuerzas del universo (que tienen la forma de espíritus antropomórficos que aún no han nacido) toman con fuerza a Edward para que vuelva al mundo material donde pertenece, gritando envuelto en llanto a su hermano, agarrándose con desesperante tenacidad al gran portón que dividía aquel mundo del otro: “¡Te juro que volveré, te juro que volveré!” .

Esta dramática y sensible escena cobra de valor a un hermano realmente herido en la realidad que busca de aquella forma, revertir o encontrar una alternativa frente a la decepción sucedida por la crudeza de la primera ley de la alquimia “La Equivalencia de Intercambio”: “El hombre no puede obtener nada sin antes dar algo a cambio, para crear, algo de igual valor debe perderse”. 
Fantasías animadas de ayer y hoy. Escribir en imágenes y fantasear con ellas implica un orden de pasaje, pertenecer a un orden simbólico y ése nombrar siempre es tartamudo, perplejo, siempre desconcertante, faltante; el psicoanálisis nos habilita a decir que estuvimos perplejos, que escribimos y hablamos sobre anime porque no lo entendemos, porque no podemos descifrarlo, porque nos cautiva y nos emociona: “Entre satisfacción y cultura, la cuña es el grupo. El lazo social conlleva el sacrificio de la sexualidad y de los componentes agresivos.

El grupo identifica, colectiviza, pone límites al goce, pero esta renuncia se paga, digo, que por no ser natural siempre va a retornar desde el exterior”; de la correntada filosófica de Heráclito de Éfeso a la aguda noción de liquidez de Zygmunt Bauman en los tiempos de la actualidad, la baranda otaku permite no ahogarnos en la centrífuga realidad y no desubjetivarnos en el intento; abrazados a la timidez de un pueblo que explora con sus ojos la nostalgia romántica de las cosas, cuna del sintoísmo y del budismo zen, de los samuráis, el té y otros austeros placeres que forman nuestra vida cotidiana y nuestras fantasías más peculiares o también perversas.

En la temporada donde las instituciones están en crisis, el anime transmite modalidades de lazo (sustitutivos) que muchas veces contribuyen (en sus íntimas formas) a la inhibición, a la angustia o al síntoma, como recurso narrativo. La acción comunicativa del anime, del Cool Japan, como en el decir de Manuel Martín Serrano, ha transformado valores y transmite costumbres tras las crisis de las instituciones productivas, familiares y políticas de una sociedad. Siempre recordando la importancia de la ubicación: hemos podido disfrutar el anime con tanta impunidad simbólica porque somos extranjeros (recordemos la “negativa”/despectiva visión o construcción de rasgos japoneses que recaen sobre el sujeto-otaku, en tanto no participaba fantasmásticamente en el pasado a ensanchar las arcas del Estado, a sostener el país con trabajo, a levantar el país tras la certera amputación del imperio tras la posguerra).

Allí, la exogamia poniendo su cola de Diablo y rescatándonos, sobre el juego, sobre la apuesta tsunadiana de que en la vida algunos quedaron de un lado y otros, de otros: ¿occidentalizar oriente y orientalizar occidente? Tal vez el disfrute del mismo objeto radique en su intraducibilidad. El anime suele despertar placer, resulta de una práctica ociosa y sobre ella caen los mismos inquisidores del placer que al resto. La cultura alguna que otra vez criminaliza los placeres o los ocios: necesita de su energía para mantenerse.

La gratificación otaku despierta sospechas y una puja entre el placer y la realidad se da rienda suelta: es una ubicación de camino correcto, es una ruta humana promedio. 
Alternativas sublimatorias a pasiones intestinales. Pero también da rienda suelta a la imaginación, a la internalización de pensamientos, a la reflexión, a la inspiración: punto de reunión entre personas. Tal vez la resistencia del anime resida en que es un jeroglífico. Un nuevo sueño. 
 
Por: Julio Emmanuel Banega Peyrot (¿Qué anima el anime?)

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