¿Por qué
escribimos? ¿Por qué hablamos? ¿Por qué miramos anime? ¿Cómo aquel
simpático niño “disléxico” de un orfanato pudo entender completamente la
entera saga de Naruto y Naruto Shippuden estando a punto de repetir de
año escolar, sin que ningún agente de su institución educativa supiera al
respecto, sin que nadie supiera que él podía trasmitir ésa enorme, extensa
y superpoblada historia?
Las historias, los personajes del manga y del anime de alguna u otra
forma se inmiscuyen para que el sujeto pueda hacer otra-cosa frente al encuentro con lo real, frente a la decepción del mundo real, frente a
la tristeza por el límite de lo que todos llaman “realidad”, aquel principio
severo: “La decepción es la vuelta del mundo mágico en uno llamado “real”;
se dice que es el mismo, pero para uno nunca será el mismo, excepto de
que se elija la locura como lenguaje definitivo, y esto sería demasiado triste.
Decepcionar al otro, amante, esposa, hijo, amigo, es incumplir una espera
para después intentar redimirse, esperar que el lazo haya permanecido
intacto. Aquel que decepciona querría redimirse, ser perdonado por una
falta que no existe, puesto que descansaba en una promesa. A menos
que la promesa sea más real que lo real mismo.
Decepcionar es pasar por
encima del sueño del otro para alojar allí una minúscula bomba de tiempo,
y esperar que nos siga queriendo después de la deflagración; como si el
olvido de la palabra fuera posible, así como cualquier recomienzo, como
así también el despertar. Frente a un terrible diagnóstico de cáncer de su
única hermana, un hermano se incendia del coraje de Edward Elrich en
Full Metal Alchemist Brotherhood (justamente hermandad) cuando en la
trama el cuerpo de su hermano Alphonse queda atrapado en el mundo
del conocimiento (tras intentar trasmutar y revivir el cuerpo de su fallecida
madre y en aquel juego de leyes de alquimia, el primogénito logra atar
como último recurso, el alma del menor al elemento más cercano en ése
momento: una armadura) y tras una incesante búsqueda, Ed (apodo de
Edward) logra mediante la alquimia llegar hasta “La Puerta del Saber”
donde lo esperaba el cuerpo famélico y sucio de su hermano menor. Tras
años de búsqueda, esfuerzos e intentos por revertir esta situación, Edward
llega hasta el plano espiritual, pero los espíritus y las fuerzas del universo
(que tienen la forma de espíritus antropomórficos que aún no han nacido)
toman con fuerza a Edward para que vuelva al mundo material donde
pertenece, gritando envuelto en llanto a su hermano, agarrándose con
desesperante tenacidad al gran portón que dividía aquel mundo del otro:
“¡Te juro que volveré, te juro que volveré!” .
Esta dramática y sensible escena
cobra de valor a un hermano realmente herido en la realidad que busca
de aquella forma, revertir o encontrar una alternativa frente a la decepción
sucedida por la crudeza de la primera ley de la alquimia “La Equivalencia de Intercambio”: “El hombre no puede obtener nada sin antes dar algo
a cambio, para crear, algo de igual valor debe perderse”.
Fantasías
animadas de ayer y hoy.
Escribir en imágenes y fantasear con ellas implica un orden de pasaje,
pertenecer a un orden simbólico y ése nombrar siempre es tartamudo,
perplejo, siempre desconcertante, faltante; el psicoanálisis nos habilita a
decir que estuvimos perplejos, que escribimos y hablamos sobre anime
porque no lo entendemos, porque no podemos descifrarlo, porque nos
cautiva y nos emociona: “Entre satisfacción y cultura, la cuña es el grupo.
El lazo social conlleva el sacrificio de la sexualidad y de los componentes
agresivos.
El grupo identifica, colectiviza, pone límites al goce, pero esta
renuncia se paga, digo, que por no ser natural siempre va a retornar
desde el exterior”; de la correntada filosófica de Heráclito de Éfeso a
la aguda noción de liquidez de Zygmunt Bauman en los tiempos de
la actualidad, la baranda otaku permite no ahogarnos en la centrífuga
realidad y no desubjetivarnos en el intento; abrazados a la timidez
de un pueblo que explora con sus ojos la nostalgia romántica de las
cosas, cuna del sintoísmo y del budismo zen, de los samuráis, el té y
otros austeros placeres que forman nuestra vida cotidiana y nuestras
fantasías más peculiares o también perversas.
En la temporada donde
las instituciones están en crisis, el anime transmite modalidades de lazo
(sustitutivos) que muchas veces contribuyen (en sus íntimas formas) a la
inhibición, a la angustia o al síntoma, como recurso narrativo. La acción
comunicativa del anime, del Cool Japan, como en el decir de Manuel
Martín Serrano, ha transformado valores y transmite costumbres tras
las crisis de las instituciones productivas, familiares y políticas de una
sociedad. Siempre recordando la importancia de la ubicación: hemos
podido disfrutar el anime con tanta impunidad simbólica porque somos
extranjeros (recordemos la “negativa”/despectiva visión o construcción
de rasgos japoneses que recaen sobre el sujeto-otaku, en tanto no
participaba fantasmásticamente en el pasado a ensanchar las arcas del
Estado, a sostener el país con trabajo, a levantar el país tras la certera amputación del imperio tras la posguerra).
Allí, la exogamia poniendo
su cola de Diablo y rescatándonos, sobre el juego, sobre la apuesta
tsunadiana de que en la vida algunos quedaron de un lado y otros, de
otros: ¿occidentalizar oriente y orientalizar occidente? Tal vez el disfrute
del mismo objeto radique en su intraducibilidad.
El anime suele despertar placer, resulta de una práctica ociosa
y sobre ella caen los mismos inquisidores del placer que al resto. La
cultura alguna que otra vez criminaliza los placeres o los ocios: necesita
de su energía para mantenerse.
La gratificación otaku despierta
sospechas y una puja entre el placer y la realidad se da rienda suelta:
es una ubicación de camino correcto, es una ruta humana promedio.
Alternativas sublimatorias a pasiones intestinales. Pero también da
rienda suelta a la imaginación, a la internalización de pensamientos, a la
reflexión, a la inspiración: punto de reunión entre personas.
Tal vez la resistencia del anime resida en que es un jeroglífico. Un
nuevo sueño.
Por: Julio Emmanuel Banega Peyrot (¿Qué anima el anime?)